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La Sinagoga Portuguesa de Ámsterdam:

Historia, Exilio y la Esperanza de un Amor Divino

En el corazón del barrio judío de Ámsterdam se alza, serena y majestuosa, la Sinagoga Portuguesa (Esnoga), construida en 1675 como símbolo de fe, esperanza y libertad. No es solo un edificio: es un testimonio vivo del exilio, la resiliencia y la profunda espiritualidad de un pueblo.

Para entender su historia, debemos remontarnos al año 1492, cuando los Reyes Católicos ordenaron la expulsión de los judíos de España. Aquellos que se negaron a convertirse al cristianismo tuvieron que abandonar sus hogares, sus tierras, su lengua y su identidad pública. Muchos huyeron a Portugal, solo para enfrentar allí, pocos años después, persecución y conversiones forzadas. Con el tiempo, algunos de estos judíos sefardíes encontraron refugio en los Países Bajos, donde el clima político y religioso de tolerancia ofrecía un nuevo comienzo.

Ámsterdam se convirtió en un lugar donde podían practicar su fe abiertamente. Fue aquí donde erigieron su sinagoga, inspirada en el templo de Salomón, iluminada por cientos de candelabros de bronce y sin electricidad aún hoy, como símbolo de conexión con la luz ancestral.

Pero el exilio no fue el primer capítulo de la persecución. Desde hace milenios, los judíos han sido culpados, injustamente, por la muerte de Jesús. Esta narrativa, extendida durante siglos, omitía un hecho histórico clave: Jesús fue ejecutado por orden del Imperio Romano, bajo el gobierno de Poncio Pilato. Sin embargo, culpar a los romanos —el poder vigente de la época— no era políticamente conveniente. Culpar a una minoría vulnerable sí lo era.

Esta distorsión histórica sembró el antisemitismo que ha acompañado a la humanidad por siglos.

Y sin embargo, aquí es donde la historia se vuelve profundamente paradójica y profundamente humana.

Porque el pueblo judío es también el origen de las grandes religiones monoteístas. El judaísmo es la raíz de donde brotaron el cristianismo y el islam. Jesús, Mahoma y Abraham pertenecen al mismo árbol genealógico espiritual —y según la tradición, también al mismo linaje familiar; por una misma sangre.

Es el mismo Dios el que se nombra con distintos lenguajes.

Y si los profetas vienen del mismo linaje, ¿no venimos también nosotros, como humanidad, de una misma fuente? Si trazamos nuestro árbol genealógico al origen de la humanidad, descubrimos que somos hermanos, más allá de los credos, idiomas o territorios.

Quizás un día despertemos y entendamos que nuestras guerras son entre hermanos, y que es hora de sanar esa herida. Tal vez podamos dejar de proyectar afuera la figura de un salvador y comenzar a vivir como si cada uno de nosotros pudiera ser su propio Mesías: alguien que camina con amor, que se atreve a perdonar, que siembra paz donde hay conflicto.

Aprender a vernos los unos a los otros, y a nosotros mismos, con los ojos del amor.
A reconocer que la divinidad vive dentro de cada uno de nosotros.
Y a tratarnos con esa dignidad, respeto y cariño —sí, con ese amor— que merecemos.

¿Te gustaría saber más sobre la historia judía en Ámsterdam?
Puedo llevarte por el barrio judío, mostrarte los rincones que sobrevivieron la ocupación nazi, y compartir contigo historias que conmueven y transforman.

Nota: Este texto ha sido escrito desde el respeto profundo a todas las religiones, culturas e interpretaciones históricas. No busca imponer una visión, sino abrir un espacio de reflexión sobre nuestras raíces compartidas y el valor del amor como puente entre creencias. Cualquier error o imprecisión es completamente no intencional y siempre abierto al diálogo. Que este mensaje inspire unión, no división.